SOY ADULTO
Ayer por la mañana, mientras estaba en la redacción, recibí una llamada de teléfono: "Ya puedes subir a recoger el certificado de las retenciones para la declaración de la renta". Entonces me di cuenta de que ya soy adulto: escribo en un periódico, pago impuestos, hago la declaración de la renta, conduzco, pago facturas, voto por correo, resuelvo problemas, creo problemas, hablo con políticos, hago promesas, rompo promesas.
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M., la murciana de Cádiz, me llamó ayer: no puede venir a Barcelona el fin de semana, pero se incorporará al viaje a partir del lunes. También hoy he hablado con R. Me ha preguntado si ya tenía las cosas preparadas, pero la verdad es que no he hecho nada. El domingo puse una lavadora con ropa que tengo que llevarme, pero desde entonces no ha parado de llover y no he podido tender ni nada. Siempre me pasa lo mismo, así que ahora tendré que volver a meter la ropa en la lavadora, con el trabajo que me cuesta todo eso, y sobre todo ahora, con todas las agujetas que tengo.
Ayer fui al gimnasio por primera vez. Me recomendó que fuera L., una compañera de trabajo, para liberarme del estrés que concentramos a lo largo de toda la semana. Pregunté en su gimnasio, pero era demasiado caro, así que después de visitar unos pocos me he matriculado en uno que cuesta 16 euros al mes. Bueno, el primero me ha salido gratis y me ha dado para comprarme un chándal y unos zapatos de deporte. Cuando fui a pagar la cuota mensual, el señor de la ventanilla del banco me devolvió cambio de 100 euros y yo le había dado un billete de 50. Así que entré con un billete de 50 y salí con más de 80.
Mi gimnasio está en Las Margaritas, un barrio marginal de Córdoba que a mí me pilla a cinco minutos. La verdad es que no está nada mal. Es un pabellón nuevo del Ayuntamiento y por esa cuota tengo derecho a ir cualquier día y a cualquier hora. La señora de la puerta me enseñó la semana pasada el pabellón. Había mucha gente jugando al fútbol, haciendo aerobic, haciendo aerobic flamenco, haciendo aerobic rap y muchas otras variedades. También había una sala donde hacían yoga. Parecía una fiesta del pijama, todos vestidos con chándal blanco tumbados sobre colchonetas. Yo iré exclusivamente a la sala de musculación, para "liberarme del estrés y dejar la vida sedentaria". Es lo que le dije a la de la puerta, y ni siquiera me contestó. Se ve que allí la gente da otras respuestas. Me enseñó todas las instalaciones. Cuando llegamos a la sala de musculación no estaba el monitor, que sólo trabaja una hora cada día. Como tenemos horarios incompatibles, nos comunicamos por escritos que le dejo en lo alto de su mesa.
Ayer fui por primera vez. Cuando llegué eran las 9 de la mañana. Sólo había un anciano pedaleando en una bicicleta estática. Creo que hacía algún tipo de rehabilitación. Yo me monté en otra. Cuando llevaba cinco minutos, ya no podía más, pero el anciano seguía allí montado, pedaleando más fuerte que antes. Luego seguí con las máquinas, en muchas de las cuales no sabía cómo ponerme ni cómo tirar. Estuve una hora, hasta las diez. Al salir, me encontré a la misma señora de la puerta que la semana anterior me había enseñado el gimmnasio. Salió a despedirse. "¿Cómo te ha ido?", me preguntó. Yo le dije que no sabía si quiera lo que había hecho, y que en la bicicleta apenas pude durar cinco minutos. Entonces empezó a sacar conversación, con mi ficha personal sobre la mesa, como queriendo encontrar algún tipo de vínculo entre nuestras vidas. "Yo tampoco he hecho nunca gimnasia", me dijo. Y empezó a sincerarse: "Una vez me entrevistó un periodista". La señora se sabía mi ficha personal al completo, y empezaba a indagar sobre mi vida. Yo le contestaba las preguntas, no sé por qué, hasta que llegó alguien a preguntar y tuvo que atenderle. Aproveché para irme en ese momento. "Hasta mañana", me dijo en voz alta. "Hasta luego", le respondí. Al abrir la puerta estaba lloviendo. Sentí que no podía irme y miré para atrás: síndrome de Estocolmo fulminante. "Tendré que correr", le dije. Y salí de allí a toda prisa bajo una tromba de agua.
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M., la murciana de Cádiz, me llamó ayer: no puede venir a Barcelona el fin de semana, pero se incorporará al viaje a partir del lunes. También hoy he hablado con R. Me ha preguntado si ya tenía las cosas preparadas, pero la verdad es que no he hecho nada. El domingo puse una lavadora con ropa que tengo que llevarme, pero desde entonces no ha parado de llover y no he podido tender ni nada. Siempre me pasa lo mismo, así que ahora tendré que volver a meter la ropa en la lavadora, con el trabajo que me cuesta todo eso, y sobre todo ahora, con todas las agujetas que tengo.
Ayer fui al gimnasio por primera vez. Me recomendó que fuera L., una compañera de trabajo, para liberarme del estrés que concentramos a lo largo de toda la semana. Pregunté en su gimnasio, pero era demasiado caro, así que después de visitar unos pocos me he matriculado en uno que cuesta 16 euros al mes. Bueno, el primero me ha salido gratis y me ha dado para comprarme un chándal y unos zapatos de deporte. Cuando fui a pagar la cuota mensual, el señor de la ventanilla del banco me devolvió cambio de 100 euros y yo le había dado un billete de 50. Así que entré con un billete de 50 y salí con más de 80.
Mi gimnasio está en Las Margaritas, un barrio marginal de Córdoba que a mí me pilla a cinco minutos. La verdad es que no está nada mal. Es un pabellón nuevo del Ayuntamiento y por esa cuota tengo derecho a ir cualquier día y a cualquier hora. La señora de la puerta me enseñó la semana pasada el pabellón. Había mucha gente jugando al fútbol, haciendo aerobic, haciendo aerobic flamenco, haciendo aerobic rap y muchas otras variedades. También había una sala donde hacían yoga. Parecía una fiesta del pijama, todos vestidos con chándal blanco tumbados sobre colchonetas. Yo iré exclusivamente a la sala de musculación, para "liberarme del estrés y dejar la vida sedentaria". Es lo que le dije a la de la puerta, y ni siquiera me contestó. Se ve que allí la gente da otras respuestas. Me enseñó todas las instalaciones. Cuando llegamos a la sala de musculación no estaba el monitor, que sólo trabaja una hora cada día. Como tenemos horarios incompatibles, nos comunicamos por escritos que le dejo en lo alto de su mesa.
Ayer fui por primera vez. Cuando llegué eran las 9 de la mañana. Sólo había un anciano pedaleando en una bicicleta estática. Creo que hacía algún tipo de rehabilitación. Yo me monté en otra. Cuando llevaba cinco minutos, ya no podía más, pero el anciano seguía allí montado, pedaleando más fuerte que antes. Luego seguí con las máquinas, en muchas de las cuales no sabía cómo ponerme ni cómo tirar. Estuve una hora, hasta las diez. Al salir, me encontré a la misma señora de la puerta que la semana anterior me había enseñado el gimmnasio. Salió a despedirse. "¿Cómo te ha ido?", me preguntó. Yo le dije que no sabía si quiera lo que había hecho, y que en la bicicleta apenas pude durar cinco minutos. Entonces empezó a sacar conversación, con mi ficha personal sobre la mesa, como queriendo encontrar algún tipo de vínculo entre nuestras vidas. "Yo tampoco he hecho nunca gimnasia", me dijo. Y empezó a sincerarse: "Una vez me entrevistó un periodista". La señora se sabía mi ficha personal al completo, y empezaba a indagar sobre mi vida. Yo le contestaba las preguntas, no sé por qué, hasta que llegó alguien a preguntar y tuvo que atenderle. Aproveché para irme en ese momento. "Hasta mañana", me dijo en voz alta. "Hasta luego", le respondí. Al abrir la puerta estaba lloviendo. Sentí que no podía irme y miré para atrás: síndrome de Estocolmo fulminante. "Tendré que correr", le dije. Y salí de allí a toda prisa bajo una tromba de agua.
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